El Pávido Návido y el cordón del churumbel

20060913

in god we trust

Las telenovelas nos enseñan que la maldad existe y que el bien es un oasis pequeño como un dátil en el caluroso y enorme desierto del vivir, pues son realmente pocas las personas buenas que no hacen daño a nadie y que viven en hórridas peripecias dado que los malvados viven únicamente para vertir su rencor sobre las piadosas almas en forma de gritos, humillaciones, prohibiciones, represiones. Cadenas de amargura no podía ser distinta, es más, es la apología del bien que fecunda cual rosa invernal en medio del erial cardoso y hostil y hacia el final de la fábula se une a alguna otra flor más para sobrevivir en el páramo de odio. Ustedes recordarán aquellos meses de 1991 cuando México se preparaba a vivir la década finisecular en un delirante ir y venir entre el conservadurismo y la vanguardia progresista, cuando la moda intentaba recatar los horrores en los que había caído durante la década inmediata anterior y se volvía a las faldas largas, los cabellos recogidos y aplacados y el traje sastre monjeril para las damas y la corbata escuálida y de nudo triangular para los caballeros vestidos con saco y pantalón de distinta tela (giu). Pues en ese México se transmitió la historia de Cecilia Vizcaino quien al quedar huérfana de padres pasa al cuidado de sus tías solteronas Evangelina y Natalia que cuidan a la niña con la ayuda de Jovita, la gentil nana. La historia es de unos enredos tremendos, se desarrolla supuestamente en Guanajuato (de este sitio sólo salen algunas fachadas y una introducción panorámica) para dar mayor verosimilitud al puritanismo provinciano de las Hermanas Vizcaino, amargadas por el quédirán, sobre todo Evangelina que le tiene la peor de las tirrias a Natalia quien en su juventud procreó a una bebé con un hombre que después profesó para sacerdote y del cuál aquella es una eterna y enferma enamorada (como todas). A la postre Cecilia se entera que es el fruto de aquel romance entre el seminarista (de los ojos negros) y su "tía" Natalia, en medio de todo esto enredos de amor entre Ceci, un noviecito pasguato y Sofía, una vecina un tanto cuanto casquivana, enmarcados en la disciplina de un convento en el que una monja re moderna que usa tenis y walk man (la última moda, escuchar cassetes en un aparato portátil con audífonos de jacobozabludosqui) es aliada de Cecilia en su lucha contra el autoritarismo de la Tía Evangelina que es más mala que Pinoshait y Condolencia Rice juntos (aquí el bardo de la Floresta se persigna), interpretada con una actuación teatral stanislavskiana por la gran DIANA BRACHO (aaaaaaaapachurro), quizá junto a Delia Casanova y Tina Romero (tía Natalia y madre de la vecina casquivanita respectivamente), las únicas actuaciones destacables, pues Daniela Castro y Raúl Araiza son bastante lerdos en sus papeles, como lo fue ese inicio de década de valerinas gruesas y registros de habla culta en la televisión. La novela la repitieron hace poco por el nueve, pero búsquenla en tepito y diviértanse poniéndola después de una reunión dominical con la familia, seguro se duermen más rápido. Post tenebram spero lucem.

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Hoooola amiguis!
Hasta ahora puedo revisar nuevamente tus hilarantes y astutas notas. Oye! pregunta mi hermano, a quien recién introduzco en el mundo del Pávido Návido, que cuando comentas Hilda Huracán... que sé que no es mexicana (ni siquiera de habla hispana), pero resultaba divertidísima en su tiempo.
Un beso largo y apasionado

septiembre 16, 2006 2:52 p.m.  
Blogger EL PÁVIDO NÁVIDO dijo...

Lo siento señortia iruretagoyena, este blog solo comenta telenovelas piteras, Hilda Huracán es muy fifi como para entrar en el rango de calidad dudosa que requieren las comedías para ser platicadas por el marqués de monfi.
Agradezco su visita y la conmino a seguir entrando a este sitio cultural.
Besos
EL P.N:

septiembre 26, 2006 12:47 a.m.  

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