mucho lara lara y nada de agustín: ahora sí, va una bonita poesía de mi inspiración
Él manda al sol, y no sale;
y sella las estrellas;
Él solo extendió los cielos,
y anda sobre las olas.
Job 9:7,8
El juego es sencillo,
pero mortal,
como la tinta deslizada
sobre el cuaderno:
en la soledad de la bahía
una a una
recibir las olas,
serpentear su trayecto
e invicto nadar a la arena.
En el túnel líquido
que acecha al borde de la playa
para luego escabullirse
otra vez a ser mar,
como si nada hubiera sucedido,
un surfer se desliza.
Acaso el poeta
sabe como él
de precipicios
cuya ridícula altura
exagera la caída;
de alargar el instante
lo necesario, nada más,
para sentir el vuelo
y no perder el aplomo,
mientras el agua
se vierte en esquirlas
trazando en una línea
el camino
de quien ha vencido
cualquier secreto,
al mar, quizá.
Surfer y tabla,
-látigo del domador,
timón del navegante-
de quillas a cráneo,
desvelan el equilibrio
de un horizonte
en el que atardece
el sol, silencioso
como el bañista
que observa
la hazaña y
-antes que la luz se agote-
escribe.
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