aunque la jaula sea de oro aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión

Por fin enrejaron la calle donde mora el mismísimo kitschmeninthecity, el tramo de Viveros de la Floresta que va de Viveros de Atizapán al entronque con Viveros de la Cañada ha quedado confinado a vecinos por senda reja automatizada que termina con casi cuarenta años de libre tránsito por una de las calles vitales para el buen fluir automovilístico del quesque fraccionamiento Viveros de la Loma. Basta con que un grupo de vecinos se ponga de acuerdo y una calle de espíritu libre, de paso público queda reducida a propiedad privada. Cuando un grupúsculo de campesinos, estudiantes, maestros u obreros cierra una calle para manifestarse por cualquier motivo durante algunos minutos, horas o dias, toda la santa ciudadanía de este país pone el grito en el cielo por la violación a los derechos del resto que implica dicho acto, eso sí, cuando en aras de la seguridad, tranquilidad y reposo de un grupo de arribistas pseudoburgueses confinan una calle para siempre nadie dice nada y el acto presupone la misma arbitrariedad que el primero: anteponer los intereses propios sobre los derechos de los demás y los propios. Me burlo de la pretendida seguridad por una razón sumamente irónica: el autoproclamado comité vecinal lleva más, mucho más de seis meses intentando reunir el dinero para poner la reja y la sofisticación del automatizamiento controlremotizado (del doctor chunga) y no lo ha logrado, una cifra inferior a los veintemil pesos no se logra reunir entre más de cincuenta casas. Es decir hay hogares en los que no se ha alcanzado a reunir cuatrocientos pesos en seis meses, entonces ¿qué cuidan? Eso sí, los únicos que fueron a escuela pública son los infantes del hogar en que habita este escribiente. No es el dinero mi queja, ante la decisión mayoritaria al jefe de familia no le ha quedado más que apoquinar (bajo protesta eso sí). Siento mucha tristeza al pensar que ya no tendrá por donde entrar la combi ochentera con autoparlante anunciando: palanganas, escobas, un metro de franela, cloro, limpiador tipo pinol, jaladores, cubetas... No sé por dónde transitará la recaudería ambulante que trae a la puerta del hogar: aguacate, jitomate, señora hay lechuga, lechuga fresca y calabaza; Sacos de nostalgía colman mi ser al recordar la camioneta que ya no veré más ofreciendo: hay naranja, naranja para jugo, señora mande a su niño con la bolsa, la canasta, la cubeta, hay naranja, naranja para jugueo (así se escucha). "El paaaaaaaaaaaaaaaaan y la leche" saca de onda, de veras que ya no se escuche más ese pregón. Ahora las visitas que vengan a los convites que se acostumbra ofrecer en esta casa tendrán que dar una vuelta de más, el repartidor del diario y de las revistas que se surten para informar y entretener a la familia deberá detener su marcha para entrar por la puertecita peatonal haciendo malabares con la motocicleta (a los vecinos no les importa como no saben qué es un periódico o una revista -¿el teleguía es revista?-) Todo en aras de que los perros puedan correr libremente por el vecindario y cagar a mansalva las banquetas, de que los ancianos (que cada vez son más) no despierten a media noche aturdidos por las hordas de motocicletas que cruzan esta transitadísima artería. Pues para todos ellos unos creminos bien pintados, cuando aprendan a leer y a usar internet que me reclamen, mientras me seguiré riendo de su ordinariez mientras lavan su auto los domingos en la mañana y el cielo amenaza tormenta. Ni modo, tampoco podrán entrar los inspectores de uso de suelo para descubrir ´fábricas y jardines de niños clandestinos o supervisores de cablevisión para ver cuántos de los por la delincuencia aterrorizados vecinos roba televisión de paga, o los cobradores de electra. Algo hay que agradecerles, no´habrá más testigos de jehová ni mormones llamando a la puerta en las crudas mañanas dominicales.