ya encontré la cadenita, que tu me regalaste, carmen, que tume regalaste

Elegía a la mirada extraviada de Katy Jurado
Éramos muy pobres
Mirábamos tus pestañas
para no pedir limosna.
Y, entonces,
se abrían tus ojos de close up
para morder los labios
del hambre nuestra.
Sólo nos quedaba
lo decente para presumir.
Y nos dolía la ilusión
de tus pantorrillas:
porque cuando
una mujer se acuesta tarde
una esposa no duerme.
Chillábamos al sacudirnos
la sarna de tus besos
y sí, soñábamos con tus
falanges acomodando la hombría
de nuestra prosapia de toro carpintero.
Te quisimos llamar
por algún nombre
y al final nos gritaste “Magdalena”
en veinticuatro delirios por segundo.
Alguna vez
intentamos canonizar
la cadera de un vestido
en blanco y negro,
pero creíamos en Dios
y el Alameda
era sólo una sala de cine.
Nunca llegamos,
ni en tranvía
ni en diligencia
a las calles íntimas
de tu ovación.
Se fueron tus pestañas,
tus cejas y
los ojos de su marco,
por sí perdido.
Nos condenaste
al zapping nocturno
en una habitación yerta
donde no queda
ya
la decencia.
Etiquetas: Cine, El Pávido Návido, poesía
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal