El Pávido Návido y el cordón del churumbel

20080420

ya encontré la cadenita, que tu me regalaste, carmen, que tume regalaste


Elegía a la mirada extraviada de Katy Jurado

Éramos muy pobres

Mirábamos tus pestañas

para no pedir limosna.

Y, entonces,

se abrían tus ojos de close up

para morder los labios

del hambre nuestra.

Sólo nos quedaba

lo decente para presumir.

Y nos dolía la ilusión

de tus pantorrillas:

porque cuando

una mujer se acuesta tarde

una esposa no duerme.

Chillábamos al sacudirnos

la sarna de tus besos

y sí, soñábamos con tus

falanges acomodando la hombría

de nuestra prosapia de toro carpintero.

Te quisimos llamar

por algún nombre

y al final nos gritaste “Magdalena”

en veinticuatro delirios por segundo.

Alguna vez

intentamos canonizar

la cadera de un vestido

en blanco y negro,

pero creíamos en Dios

y el Alameda

era sólo una sala de cine.

Nunca llegamos,

ni en tranvía

ni en diligencia

a las calles íntimas

de tu ovación.

Se fueron tus pestañas,

tus cejas y

los ojos de su marco,

por sí perdido.

Nos condenaste

al zapping nocturno

en una habitación yerta

donde no queda

ya

la decencia.

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